martes, 26 de mayo de 2009
Hoy
Hoy no tengo ni la más mínima idea de algo que pueda dejar plasmado en esta hoja digital, hoy no tengo ni la más mínima intención de violar el vacío con mis escupitajos insolentes que guardo en mi gabeta neuronal, ¡ni siquiera estoy en una silla cómoda! Quizá podría malabarear letras hasta encontrar algún sentido concreto a algo que quiera comunicar pero resulta que soy un torpe y me cuesta coordinar los movimientos; a veces tropiezo cosas y las dejo ahí rodeadas de disculpas. Y otras veces abuso de las conjunciones para poder conectar los distintos garabatos que van apareciendo en mi cerebro, otras veces repito las cosas para darle algún tipo de musicalidad musicalidad musicalidad. Por ahora, me dedico a coleccionar cadáveres exquisitos, leerlos, doblarlos estrepitosamente y arrugarlos, es inevitable. Hoy no sé por donde comenzar, no sé por donde terminar y tampoco sé como dejar de retorcer los dedos de los pies cuando pienso en lo que voy a escribir, me siento lo más comodamente posible, coloco mis dedos sobre el teclado negro y dejo que la incertidumbre dictamine la ficción. A veces me gusta jugar con el silencio, moldearlo, regocijarme en su densidad, otras veces lo saturo y éste me insulta por mi atrevimiento (¿qué carajo te pasa a ti, vale?), sin embargo, dialogo amablemente con él hasta que me permite usarlo sin ningún tipo de condiciones. Sinceramente, me resulta simpático. Hoy, ahora y ya, me decido a no prestarle mucha atención a los discursos engañados y fortalezco mi poca tolerancia. Aglutino estupideces, las coloco en ésta superficie blanca, me rasco la cabeza incontables veces y las dejo ir, las dejo empezar a formar parte de la gran red dominante. Ojos sordos y oidos ciegos
lunes, 25 de mayo de 2009
Póngale título a la incoherencia
Horas interesantes
domingo, 24 de mayo de 2009
miércoles, 20 de mayo de 2009
LA ALUCINANTE HISTORIA DE RESPIREITOR Y MR. J
Era perfectamente sano, lo único que no tenía era unos pulmones.
Jaimito creció en gracia y sabiduría; le gustaba mucho leer, especialmente a Nietzsche y alguna que otra novelita rosa: se conmovía hasta las lágrimas con lo que contaban ambos; dibujaba arrechísimo, tanto que ya tenía su propia historieta, con todo lo que esto implica: palabras, dibujos y hasta un superhéroe enmascarado. Entregaba todos sus ejercicios del Álgebra de Baldor sin ningún error. Todo correcto. También prendía la televisión sólo para ver el Show de Lucy con su respirador. Lo único malo eran sus chistes.
Su respirador y él se llevaban muy bien, hablaban de arte, de religión, de sexo y violencia tipo A, B y C, de comida y de política, todo en varios idiomas. “Respireitor”, le decía de cariño Jaimito, porque lo había salvado, y lo salvaba día a día.
Al respirador Jaimito le parecía fastidioso, pero igual, sin ninguna razón aparente, pasaba todos los días de su vida junto a él, y hasta lo consolaba cuando leía a Nietzsche o alguna novelita rosa; le secaba las lágrimas y también le limpiaba los mocos.
Jaimito siguió creciendo, y un día entró a La Universidad y se hizo amigo de unos bohemios, a quienes les gustaba mucho Nietzsche y las novelitas rosa, pero no los superhéroes enmascarados (ni tampoco los desenmascarados).
Jaimito quería fumar marihuana y ser feliz y normal como sus nuevos amigos, pero su respirador no lo dejaba. Entonces empezaron los problemas entre los dos. Jaimito se rebeló, empezó a escuchar a Morodo y a fumarse siete porros diarios, y cuando prendía la televisión ya no quería ver a Lucy, la pelirroja, sino a Los Simpson y a Tila Tequila. Empezó a odiar a su respirador porque, cada vez que fumaba, éste le mordía la nariz y le sacaba un chichón con pus. Era entonces cuando Jaimito lloraba, durante horas, a causa del dolor y del olor.
Los amigos bohemios de Jaimito se preocupaban cada vez que veían las pústulas en su nariz, (después de darse cuenta de que no era acné), así que le preguntaron qué pasaba y Jaimito les contó la situación que padecía a causa de su respirador. Ellos, horrorizados, le dijeron que el respirador era sólo un manipulador y que, si no podía lidiar con sus gustos, no aceptaba su personalidad y le negaba su libertad, debía deshacerse de él; pero Jaimito tenía miedo de morirse si se lo quitaba.
Entonces, un día que Jaimito estaba tripeándose su nota en el sofá de su casa mientras veía un video de los Red Hot Chili Peppers muy sicodélico, decidió probar cómo le iba sin su respirador y resolvió quitárselo. Pero el respirador no quería dejar a Jaimito, porque era sádico y le gustaba verlo llorar, por eso lo dejaba leer Nietzsche y novelitas rosas, por eso no le permitía escuchar a Morodo, y por eso también le mordía la nariz; así que el respirador chilló y pataleó y lloró y le suplicó que lo dejara quedarse, ¡él había salvado su vida y le había limpiado los mocos y no se merecía lo que Jaimito le estaba haciendo! Pero los amigos bohemios de Jaimito ya le habían advertido de todo esto, así que no lo escuchó, se lo arrancó de la cara y, ¡KABOOM!, lo tiró a la basura.
Al cabo de siete días, Jaimito vio que había tenido razón, que todo estaba bien y que su respirador era totalmente innecesario, así que fue a La Universidad, le contó su descubrimiento a sus amigos bohemios, que se alegraron por él, y todos, menos el respirador, vivieron felices para siempre.
martes, 19 de mayo de 2009
Un cadaver inglés
Habla, abla, bla, la ¡aaah! No hay nadie en el cuarto, sólo respiraciones sin vida, muertos cuyas exhalaciones traspasan los vidrios y salen a la nada, más nada. Gesticula y a veces escupe, sin darse cuenta que es conciente de que está hablando sola. Bla, bla, bla, blahhh...
Todo lo que digo de noche parece sólo un bla bla bla... palabras sin ningún destinatario, palabras al aire, ondas de sonido expandiéndose por la habitación, chocando con las paredes... pero hablo contigo, que no te veo pero te siento, que no te veo pero sé que estás ahí.
Y sigues siendo bella aún así, cuando te veo y cuando no, cuando estás y no estás. Has hecho que mis ojos, fieras negras ardiendo en llamas, se derritan por la forma en que me miras.
Te ordeno que no me sigas mirando con esos ojos afilados, quítatelos y guárdalos en tu bolsillo favorito, libre de suciedad. Y déjame jugar con tus cuencas, ¡diviérteme!
lunes, 18 de mayo de 2009
una papelera roja
¿Por qué tanta intensidad? Algo así como los rebeldes de las letras, los iconoclastas renegados, los destellos del sol que se filtran a través de la pared y copulan con el humo.Cigarros aplastados. Cigarros fumados. Cigarros muertos. Silencios nocturnos. Por las noches, me pudro en el aburrimiento, pienso en suicidarme pero no sé como hacerlo; no puedo moverme.
Soy una papelera pero también soy basura y hojas, restos de historias y vivencias cotidianas. Vicios y virtudes licuadas. Estoy desnudo, firme y no creo en nadie; a veces me quitan el sombrero negro y me arrojan cajas grandes de pizza. No importa, son sólo coágulos, coágulos de gente, de comida, de líneas, de colores, coágulos de letras. Coágulos de apatía, de días e ironías.
Soy una papelera roja y sin mayúsculas.
martes, 5 de mayo de 2009
MELLIZAS QUE SE HACÍAN LLAMAR MARTA Y MIRTA
A finales de mes pasaba que anunciaban el espectáculo de Marta y Mirta. Esto, sazonado con Sierra Maestra, cocinaba un rico pastel prohibido para todo cubano bien nacido. Como la manguera apunta y el deseo dispara en dirección contraria a la dignidad, allí estaba yo esperando que las mellizas aparecieran en escena. Todos los meses debía esperar las predicciones del Juventud Revolucionaria o sobornar a la vieja portera para precisar las presentaciones. Así como la sangre de los traidores corre, así se mezclaban los sudores y las hormonas en el bar clandestino Los Almendrones. Pedía un ron o, si precisaba una araña ansiosa de ser devorada, me pedía dos y hacía que conocía todas las de Garay. El caso es que comenzaba un repique de tambores y todos callábamos. Marta (o Mirta) salía con un vestido largo de terciopelo rojo y Mirta (o Marta) disfrazada de algo que parecía una sirena entre puta y diosa, aún no lo sé. Después de reclutar nuestras miradas jugando con cagadas imperialistas, atornasoladas y de lentejuelas, se hacían quitar los tacones por un niño con bozo prematuro y Mirta (o Marta) comenzaba a cantar en un idioma que podía ser polaco, sueco, ruso o de la mismísima mierda. Sonaba: Azchbín Azchbín y todos, inertes, recorríamos la indecencia de esos cuerpos extranjeros, con músculos de experticia y escondites caros, muy caros para una Habana que apenas tenía queso de verdad. Era siempre igual, al terminar de cantar Mirta (o Marta) fingía una tos arrastrada que reclamaba un escalofrío general: era la hora de las almejas. Marta (o Mirta) tomaba una silla y se sentaba con las piernas tan abiertas que era fácilmente reconocible su tranca gorda y sin pelos ansiosa de frutos de mar. Mirta (o Marta) tomaba las almejas con la boca y, tras perderse en el entrepierna de su melliza, daba espacio para que todos, incluyendo al niño súper-desarrollado, viéramos cómo las almejas eran devoradas por las lenguas cervicales y vueltas a escupir, ganándole la guerra un molusco a otro. El salitre se pegaba a la madera y todos, por más defensores de la patria que fuéramos, queríamos convertirnos en almeja y Deja que suba la marea...