lunes, 13 de abril de 2009

62/modelo para desarmar a Paris, Viena, Buenos Aires, Londres, desarmar la ciudad para volverla un ente que camina, late y fuma, una ciudad resumida a una habitación de hotel, a una colilla de cigarrillo que golpea el asfalto y tiñe la mugre. 62/modelo para desarmar los relojes, que se derriten y forman un coagulo temporal y se tragan las palabras para llegar a la cornisa de cada párrafo, de cada frase y de cada palabra, con una sucesión mecánica pero blanda y caprichosa.
Pupilas dilatadas con la imagen de un cuadro de un Tallo de Hermodactylus Tuberosis, el mismo sabor añejo todos los días, humaredas, Hélène, un poco de aroma a sexo y a calle, los perfumes putrefactos, la mugre sublime que me arropa. Llega al metro que se desborda de seres hormiguescos que siguen el camino hacia el dinero (dulce terrón de azúcar, hoja de árbol). 62/modelo para armar/ Un boleto de ida/ Dirección/ Bajtín/ Las Adjuntas/ “Estación Antimano” (con sonidos de estática)/ Buenas tardes. Las montañas en la ciudad no esperan al sol para despertar, son adictas (como yo) de la contaminación y les gusta como se les ennegrece el nombre y el cuerpo, en la ciudad las cornetas me golpean al salir del Metro, porque son el coro infernal que penetra extenuado a mis oídos que aguardan ese suicidio a cuotas, Hélène tiene una opinión muy reservada sobre el daño de las cornetas, hasta siente que son un mal necesario, como siempre, Hélène me lleva la contraria agraciadamente. Por ahora bastará con una botella de vino y una caja de Marlboro rojo y las luces de la ciudad, además unos pulmones bien llenos de humo, se entienden de manera urbana y perfecta con unas montañas en medio de una ciudad (como la de todos), llena de circos y actores y luces y humo y ojos rojos. Menos mal, hay periódicos y cerveza, no todo está perdido.
De la misma manera Calac y Polanco discuten sobre golondrinas, mientras Juan piensa en la condesa, en cómo sus dientes desangran el cuello de una virgen, y poco importa lo que estas acciones tardaron solo importan que pasaron, solo importa que hay una condesa y golondrinas y por asociación un basilisco. Nace mi paredro, su paredro, el paredro, y viene con una caja y un caracol incluido, Osvaldo, y posee un aura paternal a larga distancia con una sabiduría aparentemente innata, es un símbolo burlístico, un constructo verbal desértico, que se explica a si mismo fonológicamente y mediante el avanzar en el texto.
Cruje la puerta y el aire se condensa, poco a poco mis manos van llegando al ápice, el tercer Marlboro en línea, al parecer alguien tuvo un accidente o se está muriendo, porque el sonido de la ambulancia invade el sonido del tecleo, invade el sonido de Tell hablando mientras se emborracha con Campari, el dolor de la persona que va en esa ambulancia podría convertirse en mi dolor, en el dolor de aquel joven en la cama del hospital, pero no, hoy el muro está armado, la ciudad cada vez me mata más por dentro, lo mata porque la ciudad está llena de humo, llena de cosas para matar (problemas políticos, tráfico, armas), y así las palabras se van diluyendo, se caen en el suelo y se dispersan, se le dificulta mucho recogerlas, ni las escobas funcionarían. Estoy cansado del humo, su sinuosidad ya no es tan interesante, ya volví a crecer, ya no quiero golosinas, sino vino (a pesar de lo malo que está).
En 62/modelo para armar (desarmar) su estructura solitaria se hace conocer burlándose de mí y de usted, estimado lector, invitándonos al sueño de infinidades que se golpean, cada vez que el pasar de las páginas da a descubrir un párrafo más bastante parecido en contextura al anterior. Mi paredro, la ciudad, Tell y Nicole, elementos actantes, recortes de periódico para un collage, que se burla de sí mismo, de su propia rebeldía y su diversidad, por la misma se vuelve un coagulo, una fábrica de prosa deliciosamente inconexa, un precipicio vertiginoso, un hilo melodramático, de los problemas de ir a la ciudad, hacer el amor o pintar gnomos para un libro infantil.
Quinto Marlboro en menos de media hora, poco a poco la respiración se hace pesada, me pesan las ideas, Alejandro decide dejar de fumar y entregarse al sopor, aún de lejos se sigue escuchando el sonido de la ambulancia ahogado por la distancia, Tell y Juan hacen el amor, se caen los párpados el sopor se hace presente, tercera copa de vino, poco a poco el cerebro se derrite en un magma de ideas, se derriten las ganas, el deseo de una compañía le atormenta, pero esta noche se que no vendrá nadie, porque nadie ha de venir hoy.
Pasos medios siguen un camino trazado de manera autómata, empiezan los saludos, Marrast fuma en su habitación de hotel, la puerta del ascensor dan entrada triunfal a la luz y a ladrillos que me esperan, para tener su razón de ser, lo esperan apacibles, Nicole deja los dibujos de gnomos a un lado. Las sombras me hablan de la mentira, me tiro en las profundidades del texto, Calac y Polanco discuten otra vez, poco a poco mis pasos se van desarmando y caen como un castillo de naipes, se me caen todas las miradas por un momento, el sabor del sol aliña mi caminar, lubricado por ventanales, el solitario instante de entrar, el solitario instante de sentarse en un salón de la Universidad Católica Andrés Bello.
Se ingiere el significante por las narices si es necesario, se desarma el espacio que se reduce a particularidades de cada palabra, que se conjugan en un abanico de significados hermafroditas. 62 (Rayuela), ácido ribonucleico, neuronas y ácido ribonucleico, pensamientos desarmados de manera vetusta, en un no saber consabido, Morelli se quedó sin tinta. Suecos y laboratorios. La ciudad está allá y Caracas está aquí. 62/modelo para armar está en el grafito y al lado de esta hoja (literalmente), Hélène está totalmente desarmada no tiene color de ojos ni de cabello y muy en el fondo es porque está en la ciudad, todos perdemos color cuando estamos en la ciudad.
62/modelo desarmado, los huesos salen a la luz.

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